Los
flujos migratorios son una realidad estructural y la primera cuestión que se
impone es la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas
que consideren las causas de las migraciones, de los cambios que se producen y
de las consecuencias que imprimen rostros nuevos a las sociedades y a los
pueblos. Todos los días, sin embargo, las historias dramáticas de millones de
hombres y mujeres interpelan a la Comunidad internacional, ante la aparición de
inaceptables crisis humanitarias en muchas zonas del mundo. La indiferencia y
el silencio abren el camino a la complicidad cuanto vemos como espectadores a
los muertos por sofocamiento, penurias, violencias y naufragios. Sea de grandes
o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo
una vida.
Los
emigrantes son nuestros hermanos y hermanas que buscan una vida mejor lejos de
la pobreza, del hambre, de la explotación y de la injusta distribución de los
recursos del planeta, que deberían ser divididos ecuánimemente entre todos. ¿No es
tal vez el deseo de cada uno de ellos el de mejorar las propias condiciones de
vida y el de obtener un honesto y legítimo bienestar para compartir con las
personas que aman?.
En
este momento de la historia de la humanidad, fuertemente marcado por las
migraciones, la identidad no es una cuestión de importancia secundaria. Quien
emigra, de hecho, es obligado a modificar algunos aspectos que definen a la
propia persona e, incluso en contra de su voluntad, obliga al cambio también a
quien lo acoge. ¿Cómo vivir estos cambios de manera que no se conviertan en
obstáculos para el auténtico desarrollo, sino que sean oportunidades para un
auténtico crecimiento humano, social y espiritual, respetando y promoviendo los
valores que hacen al hombre cada vez más hombre en la justa relación con Dios,
con los otros y con la creación?.
En
efecto, la presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente
a las diversas sociedades que los acogen. Estas deben afrontar los nuevos hechos,
que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados,
administrados y regulados. ¿Cómo hacer de modo que la integración sea una
experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las
comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del
nacionalismo extremo o de la xenofobia?
Aniceto Marcos
Mensaje del Papa Francisco para la Jornada
Mundial del Emigrante y del Refugiado: 17 Enero 2016